Ultimamente hemos hablado de técnica y emociones en la fotografía. La fotografía es imposible sin un buen equilibrio entre ambos conceptos. La técnica fotográfica debe dominarse, deben controlarse sus reglas para luego utilizarlas a favor de la historia que pretendemos contar. Para transmitir emociones, narrar unos hechos o impulsar una acción.
Dentro de esos parámetros de mínima calidad, no creo que se pueda hablar de fotografía buena o mala en si misma (por encima del consabido “yo hubiera recortado …, yo hubiera añadido …”), siempre y cuando cumpla con su poder de narración de transmisión de emociones y dando por superado el aspecto técnico claro está, porque sin éste la fotografía resultará anodina, insulsa y pasará desapercibida. El uso de la luz, el contraste, la composición, la forma, los volúmenes, la valoración correcta de luz y sombra … y el conocimiento de la propia cámara.
La fotografía que subo es parte de una serie (ya publiqué algo en La Colina hace tiempo) realizada en la Estación de Atocha de Madrid en 2008. Primeras horas de la mañana en invierno, cuando la luz es aún muy rasa y produce sombras alargadas. Me interesaba destacar sensaciones: para empezar la temprana hora, la sensación fría cuando se sale al andén, la individualidad y cierta soledad en la que deambulamos por la estación … en fin cosas que yo mismo siento cada vez que me bajo en Atocha.
Estas necesidades narrativas requieren una técnica determina. La brillante luz del sol filtrándose entre la arquitectura de la estación pide a gritos fuertes contrastes, dureza en los negros y altas luces, “sombras que caminan”, destellos y siluetas. No es tanto un problema de gusto personal (que también), sino más bien de necesidad narrativa, la necesidad de utilizar la técnica adecuada para narran un instante preciso.
No se si me he explicado, pero me gustaría conocer vuestra opinión.
12-24 mm
f/4,5
1/60 seg.
ISO 100