Se trata de los acantilados de Moher, uno de los lugares más visitados y más tópicos de Irlanda, pero tampoco iba a pasar sin fotografiar el lugar, que bien merece una larga sesión. La luz acompaño, pura suerte, entre tormentas de verano, con abundantes aguaceros y sol que se filtraba entre los nubarrones, hubo tiempo para fotografiar con cierta tranquilidad. La D200 aguantó como una campeona y eso que la cayó agua como pocas veces.
24-70 mm (32 mm)
f/7,1
1/200 seg.
ISO 100
Me gusta como la espuma nivela las masas enormes de esos acantilados porque atraen la mirada y permiten que esta vague luego hacia el horizonte lejano.
ResponderEliminarGenial el cielo y ese puntazo de luz en la pradera.
Un abrazo
Me he quedado con la distancia, con la (casi) infinita profundidad hacia la que emigraron tantos irlandeses, al otro lado de esa inmensidad atlántica.
ResponderEliminarHay que echarle valor, o necesidad, para tener que dejar atrás tus verdes tierras y emigrar, casi con solo lo puesto, hacia lo desconocido al otro lado del océano.
Milagros que a veces se explican con una fotografía.
Abrazos,
La verdad es que los irlandeses son buena gente, con un pasado tan duro y tan agarrados a su pedazo de roca, es una gozada como aman ese terrenuco.
ResponderEliminarMe alegra que os guste